“Los días se hacen más cortos y la nieve es más frecuente en esta época. Es hora de volver a casa y dejar la isla de Livingston y la Base Antártica Española Juan Carlos I, donde tan bien hemos estado y tan científicamente productivo ha sido el último mes. El buque Hespérides nos recogerá pronto y, dentro de unos días, la base también cerrará hasta el año que viene”.
Así cierra la investigadora del Grupo de Ecología Microbiana y Geomicrobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) Asunción de los Ríos su cuaderno de bitácora el 27 de marzo de 2024, después de cuatro semanas en la península de Hurd, un lugar del mundo tan extremo, tan apartado, que muchos de nosotros solo lo llegaremos a conocer en fotos.
La Península Antártica es una de las regiones de más rápido calentamiento del planeta y juega un importante papel en el secuestro de dióxido de carbono. En este contexto, el Grupo de Geociencias Oceánicas de la Universidad de Salamanca regresó recientemente de su participación en la campaña Antártica española 2023-24 en el marco del proyecto coordinado AntOcean, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y cuyo fin es determinar los principales eventos tectónicos y climáticos en la región y cómo han condicionado la dinámica del sistema frontal del océano Austral.
Entre otras, una de las principales iniciativas de investigación desempeñadas por los científicos de la USAL durante la expedición fue la ejecutada bajo el nombre “BASELINE” (Biogeographical and temporal distribution of diatoms assemblages in the Antarctic PeninsuLa: Importance in the foodweb, biological pump and as proxies of past environmental change). Codirigido por los investigadores María Ángeles Bárcena Pernía y Andrés Rigual Hernández, el trabajo se desarrolló con el propósito de realizar una descripción del estado actual y pasado de las comunidades fitoplanctónicas en los ecosistemas marinos de la Península Antártica y reducir incertidumbres sobre su respuesta al cambio ambiental.
En este sentido, el proyecto “BASELINE” pone especial énfasis en el estudio del impacto de cambio ambiental sobre la base de la cadena trófica antártica y sus comunidades de diatomeas, microalgas unicelulares envueltas en una estructura de sílice opalina con una gran diversidad de formas y tamaños. Al respecto, las diatomeas representan “la frontera entre el medio ambiente y la red trófica y, como tal, cambios en su composición y abundancia pueden dar lugar a profundas modificaciones de los ecosistemas de la Península Antártica”, apuntan los investigadores a Comunicación USAL.
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